jueves, abril 18, 2024

SORTILEGIO DIURNO



 Al autobús que pasaba por Pardilla, a eso de las tres de la tarde, para despertarnos de la siesta, lo llamábamos El Albarrán y  puede que me equivoque, pero creo que más o menos, esa era su hora de  todos los días de la semana, excepto los domingos. Lo  que sí  recuerdan muy bien  mis neuronas, es el sonido que hacían sus bocinas, para indicarnos que ya era  la hora de levantarse, después del pequeño descanso que nos tomábamos, en los  calurosos veranos de Castilla, a su paso por la provincia de Burgos y  con nitiedez, puedo  visualizar el color  amarillo del coche, con un gran morro y en especial su baca,  contándome alguno de  mis vecinos las anécdotas de lo que ocurría en el lugar que se acumulaban las maletas y otros utensilios varios. 


Mi amigo y  paisano, José Antonio, me ha relatado su experiencia de una viaje  a la vuelta de Boceguillas,  llevando  en la parte de arriba, donde  se acumulaban los viajeros  sin billete,  un ataúd  de madera y  el susto que se llevaron, todos los que iban en la baca, al comprobar cómo del féretro que  les acompañaba en el viaje,   salía una mano, a la vez que una voz preguntaba  que si todavía llovía o había escampao.


Parece ser que uno de los  viajeros,  al ver que la lluvia  arreciaba con  más fuerza, se había introducido en la caja de los muertos, pensando  que aquella caja de madera, era el mejor refugio para no tener que aguantar el chaparrón y por  ello decidió "morirse antes de tiempo" y  no mojarse, mientras hacia su viaje. Después de un rato y pensando que ya había pasado el aguacero, decidió levantar la  tapa de la caja mortuoria, sacar la mano y preguntar con voz viva : 


-¿ Llueve o no llueve?- El susto de los que iban en la parte de arriba, fue tremendo, para poco después, terminar en carcajadas. 


Esta Carretera General, como siempre la hemos llamado,  empezó con sus primeros planos allá por 1815, para quedar inaugurada a  mitad de los años cuarenta,  pasando   por cerca de la Plaza de Pardilla, donde todavía conservamos el asfalto, no sin antes, ya por 1949, decidir su primer desvio, pues más de un accidente hubo por entonces, como el ocurrido con el Benjamín.


Si paseas por los campos de  Pardilla, no existe solo este desvío, porque creo ya van tres. El  último fue en estos años convulsos del siglo XXI,  por donde ya no pasa El  Albarrán porque se extinguió,  como ocurre con El Navarro,  que nos solía dejar en La Casilla, la vivienda del Caminero,  figura importante  en aquellos años, encargada de mantener las carreteras limpias y arregladas las cunetas. Mi tío El Jotilla, se dedicaba a esto. El de Pardilla se llamaba Aniceto, y su apodo, obviamente El Caminero.


También me cuenta José Antonio que por aquellos años de desvio, en el pueblo pernoctaban los llamados picapedreros, que se dedicaban a golpe de pico y pala, a dejar las piedras pequeñas y así poder mezclarlas con el alquitrán.


Con el tiempo, los coches de la Continental, tuvieron sus destinos desde Aranda  hasta Madrid,  para pasar a otras empresas, como ocurre ahora, con parada en todos los pueblos, cercanos a la A-1 para hacer el trayecto de mañana y tarde, en las dos horas y media que dura su viaje. 


Y mientras escribo esto, voy recordando, cómo mi amiga Cándida y yo, nos subíamos a la era donde está la zarcera de la bodega que era del señor Román y  a la vez que  bordábamos con  aguja, hilo y bastidor, nos entreteníamos en contar  los coches que ya pasaban por el primer  desvío. 


Es posible que con el tiempo, pusieran el anuncio de Coñac Henness y a pesar  de sus muchos años, la pintura  todavía no se ha borrado. 




(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros




jueves, abril 04, 2024

MÁS DE UN COMPÁS




Este es le título que Luis Cernuda, me propone en la siguiente lectura de su gran obra OCNOS,  para luego escribir mis experiencias relacionadas, en esta ocasión,  con  los claustros  que  abundan por la Comunidad Autónoma  de Castilla  León.  

Empiezo por el más conocido para mi familia y para mí. 

Cuando tenía cuatro años, me cuentan cómo me llevaron al convento de La Vid porque mi hermano Rafael, cantaba misa y se convertía en   sacerdote. 


Y sí, aunque no me creáis mucho, puedo decir que algún recuerdo de entonces, se ha quedado en mi memoria.  En concreto  la anécdota de cómo iba yo con mi rebeca supongo que algo vieja  y me la cambiaron por otra, más nueva y vistosa. También me han contado, los que vivieron esa experiencia conmigo, que los frailes  me llamaban "la pos". Parece ser que esa era una de mis muletillas de niña, que no ha quedado en mi memoria.  


Por  supuesto a este lugar he vuelto con una cierta frecuencia. Y tengo que decir que además del  hermoso edificio  que poseen,  la congregación de los Padres Agustinos, claustro incluido,  del siglo XVI,  con una bóveda de crucería, también es digno de visitar, su altar mayor  con una virgen del siglo XIII, donde  unos espejos permiten observar la escultura, desde distintos puntos de vista. También pido   que  me dejen subir y bajar por una escalera románica en piedra, que es una maravilla, pero de lo que estoy  más enamorada, es de su magnífica biblioteca. Allí  el padre Serafín,  nos ha mostrado algún libro  más de los que enseñan  al público que desea visitarla. 


Los alrededores son  también muy bellos  y acogedores, en la alameda que circunda todo el Monasterio, acompañando al  Duero,  con su huerta  y lugares  donde pasear,  respirando el aire limpio, lleno del sosiego y paz.


Pero, siendo sincera,  he de escribir que el claustro que más me ha impresionado, es sin duda el llamado de San Juan de Dios, en Soria. Allí,   siento encontrarme en un  lugar  muy especial, entre  el recinto de  sus columnas  y  aunque  he visitado bastantes de estos claustros que abundan por diferentes lugares de la tierra donde nací, éste es mi preferido. 





(c)  Fotos y  texto: Luz del Olmo Veros 



martes, marzo 26, 2024

MÚSICA Y NOCHE

 


A Él lo conocí porque en aquellos años de comienzos de los setenta, los  famosos curas obreros, entendieron que la juventud deberíamos entrar en los nuevos tiempos, pensando en una  pequeña  apertura,  mientras el Dictador se iba apagando y por ello,  fundaron los famosos clubs  parroquiales donde nos ponían  alguna que otra película  en blanco y negro, ambientándonos la tarde de los domingos con  música y por supuesto, con  el visto bueno de la censura,  para poder bailar. 


Recuerdo cómo el azar de la vida,  nos  llevó  a hacernos  amigas a Mari Tere,  Elenita y yo,  formando  un pequeño trío, en el comienzo de nuestra  juventud, que duró por  mucho tiempo, pues Elena y yo nos casamos con otros dos chicos tan amigos, como lo éramos nosotras. Mari Tere tuvo otra historia  y su amistad se  fue debilitando con sus días. 


También recuerdo cómo las tres íbamos a las discotecas y  en el buen tiempo,  algún que otro domigo, programabamos  excursiónes a la Sierra de Madrid, en unos trenes, lentos y  abarrotados de personas que  me  recuerdan a esas imágenes que ahora vemos, en los  vagones de metro, con empujadores incluidos y  que utilizan en Japón.


Elena se hizo novia de José Manuel y yo, del que hoy es mi marido llevando las dos parejas,  unos cuantos años, sin habernos separado. 


Él es un enamorado de la música, tanto clásica como moderna y  ese amor, me lo trasmitió  a mí y depués a nuestros dos hijos. Puedo contar  que al pequeño le llamábamos Beethovin.  Y el mayor  es un gran forófo de los Beatles y otros  grupos similares, que en aquellos años andaban de moda, y  en este instante que lo escribo, pienso que por entonces,  mi cultura musical, se centraba en  El Duo Dinámico, Rahael, Adamo ... y algunos otros más, pero fue Él el que me  descubrió la  gran  y especial belleza de la música clásica  y que tanto ahora me gusta.  


Las noches  de mi estancia en Madrid, fueron muy distintas a las que ya conté en mi entrada anterior. Al estar en la capital, en concreto Elena, tenía que presentarse a las nueve  en casa, pues su padre era muy  estricto en especial con ella y al irse una de las  tres,  quedábamos Mari Tere y yo  que  vivíamos casi en la misma zona del este de  la Capital.  Ella  residía en la calle Alcalá y llegaba  hasta la estación del metro de Quintana. Yo  me  bajaba, un poquito antes, en Ventas para coger la famosa P6 que me llevaba hasta Vicálvaro.  


Es verdad que si mis amigas estaban más  vigiladas  y tenían que  acudir a su hora, yo, por  el contrario, tenía más libertad, pero igualmente llegaba un poco  pasadas las diez de la noche a mi casa, donde mi madre me esperaba, algo impaciente y creo se quedaba tranquila por fin, al ver que pulsaba el timbre de mi casa  y supongo que diría para sí:  la chica ya ha llegado.  



(c) Texto y  foto: Luz del Olmo Veros 




miércoles, marzo 20, 2024

VIAJES


En  mi ya un poco larga vida, he de decir que sí he viajado, en especial por España y por Europa. Una sola vez, hemos cruzado el charco y nos presentamos en la ciudad de los rascacielos, Nueva York, donde escribí este poema:
                                                    
                                                        
                                             
                                  Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron mirar

las casas negras de Harlem

para conocer su voz.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

no pudieron ver 

el interior de la Manzana 

cuando llueven aguas 

estancadas, putrefactas 

en Manhattan.


Estos ojos míos 

de mil novecientos noventa y uno

casi miraron los niños 

y nunca vieron sus ojos.


Tan solo captaron:

la parada en los semáforos 

con los taxis amarillos

el humo y sus olores 

las tiendas escarlata

la prisa en los paseos 

y el graffiti de los muros .


Estos ojos míos 

pasearon la mirada 

del turista en vacaciones.


Hay otros viajes  que  marcaron para siempre mi vida y no fueron nada agradables, siendo   el más triste y especial,  el de aquel  26 de septiembre de 1964,  cuando  yo tenía  quince años,  porque el Teodosio, apodado el Troneras,  lo hizo de forma repentina y  definitiva, para no volver nunca más y desde entonces, tenerlo solo en  mi  imborrable recuerdo. 

Quiso el destino que yo me encontrase,  en el momento de su muerte, a  unos  cuatro cientos kilómetros de distancia, pues  iba acompañando a mi tía Cayetana, hallándonos  en la ciudad de Zaragoza, para recoger las cenizas de mi hermano Evencio, muerto  cinco años antes, supuestamente ahogado por un corte de digestión, en el río Huerva. Algo he investigado sobre su repentina muerte y no me  acabo de creer esta  versión oficial del Ejército del Aire, de aquellos años.  Mis padres cuando llegaron desde Pardilla a Zaragoza, ya lo había enterrado  y no  pudieron ver  a su hijo,  que acababa de morir.

Por  esas fechas, mi hermano Rafael, el  cura agustino, estaba por Talca (Chile) de tal forma que por la mañana recibió la carta de mi padre felicitádole por su cumpleaños y por la tarde, un telegrama donde le anunciaban que su progenitor había muerto. 

Y saltando de un lugar a otro, el viaje que me propone Luis  Cernuda, se refiere a cómo  el poeta viajó a través de los libros  que poseía en la biblioteca de sus padres. 

Uno de  mis primeros libros que me  regalaron para  poder viajar, con su  lectura,  me   lo proporcionó el señor Luis, casado con la señora Rufina, a los que llamábamos Los Gordos, y fue nada más y nada menos que La Isla del Tesoro de Steveson. Recuerdo que me  encantó. Ellos también nos ponían películas de Charlot de cine mudo y nos preparaban chocolate. 

Nos gustaban aquellas noches de verano en La Isla, como así se llama el barrio  de Pardilla donde nací   y  cómo  venían toda la chiquillería, para disfrutar  por las calles  de nuestras tierras  castellanas, cuando el gran calor del día, ya se marchaba  y  al llegar la noche, se convertía en la brisa fresca que nunca he olvidado y que todavía disfruto,  llevando en el recuerdo a mis seres queridos, que se fueron demasiado pronto, como  mi hermano Evencio, mi padre Teodosio y  ya algo más tarde, casi llegando a sus 90 años, se fue también en su  Viaje definitivo, mi  querida madre Nicolasa Veros. 

(c) Texto y foto : Luz del Olmo Veros 



martes, febrero 27, 2024

MAESTRAS






Siempre  quise ser maestra, pero no lo conseguí y aunque lo intenté, pues con las monjas llegué hasta el sexto y reválida, después la vida y su continuidad se impusieron y  a pesar de estar matriculada en la Escuela Normal de Islas Filipinas de Madrid,  bien recuerdo  mi desilusión, cuando a la profesora de Geografía e Historia,  cuyo nombre he olvidado,  pero si retengo su figura: morena, gorda y con un moño, donde su trato era bastante desagradable, le comenté cómo tenía que trabajar en turnos  de mañana  y tarde, porque era vital para mi familia y por supuesto para mí, pero me di cuenta que a ella no le importaba nada  mi situación. La sociedad franquista del momento, así  era de clasista y dictatorial.

De aquella época puedo recordar en especial al profesor  de matemáticas, apellidado Aizpún.  Su mujer, doña Mercedes, era la directora y él, posiblemente el secretario. Mi memoria lo ha olvidado, pero sí ha  retenido a este profesor que creo fue uno de los pioneros en  eso de la teoría de los conjuntos, pues por entonces estaba muy de moda y  también lo recuerdo por su inteligencia especial. Nos hacia salir a la pizarra  y   calcular, solo con nuestra mente, las operaciones matemáticas que se les iban ocurriendo  al resto de la clase.  Todo tenía que ser de memoria  y nosotras hacer el cálculo, sin utilizar papel ni lápiz. En mi mente  sigue su figura:  calvo y  con gafas de bastantes dioptrías. Era tan difícil aprobar las matemáticas con este profesor que no tuve más remedio que pasarme a la otra Escuela de Magisterio que se impartía en la Ronda de Toledo, donde a pesar de estar trabajando sí pude llegar a sacar casi todas las asignaturas, en mi  turno de tarde, pero.... me quedaron los trabajos manuales y el inglés. 


Mi gozo de ser maestra, se truncó ahí, pero a cambio, viví en aquellos años, todo lo que se estaba fraguando, con la esperanza de la pronta muerte del Dictador y  pude poner mi pequeño granito de arena, en aquel Madrid,  que  rebosaba democracia y alegría por todos sus barrios. Recuerdo cómo algunas de mis compañeras, andaban coqueteando con el Teatro Independiente que existía en la Universidad. Y también  cómo con mucho miedo, repartí octavillas de CCOO, por los lavabos de esta Escuela. 


En aquellos años de finales  de los 60,  del siglo XX, ya en  Madrid se soñaba con la LIBERTAD. 


(c) Texto y foto: Luz del Olmo Veros

 



domingo, febrero 04, 2024

CIUDAD A DISTANCIA

 

                                                      


 


Cuando llegué a Vicálvaro, el barrio de Madrid que distaba unos 15kms de la capital, allá por el año 66, era un pueblo, donde  muchas de sus calles en aquella época, cuando llovía, se llenaban de barro, pues no estaban asfaltadas. Solo había una carretera por  la  que circulaba una camioneta, la llamada P6,  que nos llevaba hasta Ventas y  allí podíamos coger la línea 2 del metro, que en mi caso me desplazaba hasta la estación de Alonso Martínez, para subir por la  hoy  llamada  Santa Engracia y llegar a su nº 33, donde estaba  y está la Cooperativa de Farmacia (COFARES) que suministra medicamentos a todo Madrid y su provincia, pues por entonces yo  trabajaba en este  lugar,  en turnos de mañana y tarde. 


Vicálvaro era un pueblo, pueblo, con su Iglesia de Santa María de la Antigua, joya arquitectónica, con un órgano en su interior donde en la actualidad se suelen celebrar conciertos internacionales. Su  calle, cerca de la plaza,  donde se erige la estatua  don Antonio de Andrés,  médico muy querido  que lo fue del pueblo, era y es empinada, porque Vicálvaro, hoy distrito, está en cuesta.

 

Por aquellas fechas y hasta ya bien entrado la década de los 90, seguíamos diciendo aquello de “hoy me voy, o tengo que ir a Madrid”, por una carretera estrecha y mal asfaltada que pasaba por la misma puerta del cementerio de la Almudena y con el tiempo, vimos cómo poco a poco se iba formando, cerca  San Blas, lugar donde teníamos el ambulatorio grande para los especialistas y  también el nuevo Barrio de Bilbao.

 

Lo que me gustaba de Vicálvaro, era que podía encontrarme  con el campo y pasear por él para comprobar el paso de las estaciones. Las casas bajas, algunas de ellas todavía persisten y  fueron construidas por sus propietarios,  en el llamamdo Barrio del Sacrificio  por entonces, anunciaban que la tierra pronto se convertiría en un verdor y con el paso de los días, se iría formando una alfombra de flores en su diverso y espectacular colorido. Mis paseos por estos campos siempre fue una de mis aficiones preferidas. Existía hasta un pequeño arroyuelo, casi sin agua, que hoy en día se lo ha  debido de  tragar el propio asfalto y ladrillo, con el que han poblado y están rodeando a este singular pueblo que tiene su propia historia y donde hasta el General O,Donell, tiene su especial protagonismo, representado en uno de sus, interesantes  y bonitos parques,  llenos de flora y fauna. 


Yo a Vicálvaro nunca lo he olvidado. En este pueblo barrio, he vivido la Dictadura de Franco, pero también la Transición y la venida de la Democracia, siendo por estos años un pueblo obrero, de los más luchadores. Encontré a personas que, a pesar de las distancias, seguimos en contacto. Mis experiencias de aquel entonces, son múltiples e inolvidables. Fue mi despertar de la pasada adolescencia a la juventud y también los años de madurez y en especial, el sentir y compartir lo que me más me apasiona: la poesía. Son mis años dorados que siempre vienen conmigo. 

¡Vicálvaro, ya no eres pueblo, eres distrito y estás formando parte de aquella capital que nos parecía lejana! ¡Nunca te olvidaré!


(c) Texto: Luz del Olmo Veros

Fotos: Tomadas de Internet.

 

 

 

 

domingo, enero 14, 2024

MAGNOLIO






 



No es ningún magnolio que crece en una calle estrecha de un barrio antiguo,  como sí  lo es  en la prosa poética  OCNOS de Luis Cernuda de quien  hurto los títulos. 

El árbol que yo diviso y del que  quiero escribir, tiene el mismo color, sin ser rojo, no ser azul, pero sí dándole una apariencia en sus flores entre un rosa fuerte y  el color fucsia que nacen en primavera y que en Pardilla, solo existe uno en especial, aunque últimamente he visto algún otro, que ha florecido en estos nuevos tiempos y por ello es solo un arbusto. 

Este Árbol del amor, me han indicado, sin ningún rigor científico,  que  es llamado de Júpiter y que tiene un segundo nombre, Árbol de Judas,  pues parece ser,  según la leyenda, fue este árbol el   que le sirvió al  discípulo traicionero de  Jesús, para  colgarse de él y morir ahorcado.  

En cualquier   caso, se llame de una forma y otra, me doy cuenta,  que no tengo de él ningún recuerdo de mi infancia,  porque debió de  ser  plantado ya después, o quizás haya surgido de una semilla,  cuando en mis años de primera juventud,  yo pateaba  las calles de Madrid, porque mi oficio por entonces, era ser vendedora de perfumes, pues la vida no me lo puso nada fácil, y tenía que subir y bajar las escaleras de muchas casas antiguas, para vender aquel lote de un perfume, que olía para mi gusto, bastante fuerte, al que añadiamos un tubo de pasta de dientes, por 25 pesetas y de esta forma, conseguía poder sobrevivir, en aquel Madrid de mis 17 años.


Y como voy siguiendo a  Luis Cernuda, diré que el árbol que existe en Pardilla, solo florece en alternancia con los  años que  son  pares para crecer en solitario, en unas escaleras que hay a la salida  o entrada, de las dos casas que le dan cobijo.  


Es este Árbol del amor, el que da una pequeña y casi imperceptible sombra, cuando se encuentra en el álgido de su floración. Al estar el pueblo en ladera puedo verlo   y  por una pequeña abertura, que me dejan otras  escaleras de cemento y piedra, puedo  divisar   algo de la Plaza Mayor, para mirar a lo lejos, los campos ya  en el  verde de los cereales, pues en el mes de mayo, la primavera tiene su punto culminante  en nuestras tierras.  

El año pasado, estaba feo y sin flores. Deseo que este año que tiene número par, vuelva a darnos la  bienvenida.

(c) Texto y fotos: Luz del Olmo Veros 







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